Nos queda la palabra

0
447
13.07.2017 19:05

Luces y sombras de la libertad de expresión en la era digital

Nunca en la historia de la Humanidad la libertad de expresión había sido tan asequible. Cualquier cosa que publiquemos a través de Internet puede alcanzar una audiencia millonaria.  Nunca antes las palabras fluyeron tan fácilmente a través de las fronteras. Formidable. Pero esta era maravillosa de la interconectividad presenta también su lado perverso. Los ataques a la democracia aumentan en progresión geométrica contra su buque insignia: la libertad de expresión. A través de las nuevas tecnologías disponemos de los más eficaces medios para ejercer esa libertad. Pero en el trasiego de mensajes, noticias, comentarios y opiniones, cabe todo: lo verdadero y lo falso, lo insidioso y lo insultante, las agresiones a la intimidad y/o la violencia moral. Internet, como cualquier otra nueva herramienta inventada por el hombre, tiene sus luces y sus sombras. Todo dependerá del uso que de ella hagamos. La red de redes admite una libertad de expresión absoluta pero a la vez, absoluta libertad para sofocarla, amordazarla, fulminarla.

Tener más pero también mejor libertad de expresión  es el reto a que nos enfrentamos hoy en el ámbito de las nuevas tecnologías.  Estaremos de acuerdo en que nada es “sagrado” y todo puede decirse  pero siempre que no conculque la verdad, la dignidad, el honor, la intimidad de las personas. Combinar libertad con diversidad exige un respeto a unos mínimos éticos incluso en el desacuerdo.

“La tolerancia hace posible la diferencia, la diferencia hace necesaria la tolerancia” Son palabras de Timothy Garton Ash, profesor de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford y columnista del diario “The  Guardian”, pronunciadas en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, donde presentó, hace pocos días,  su libro “Free speech: ten principles for a connecting World” (Libertad de expresión: diez principios para un mundo interconectado). El autor hace hincapié en la defensa de la democracia y de su mayor exponente, la libertad de expresión, a la vez que destaca la importancia de los hechos, sujetos hoy a devastadores ataques  por parte de un arma peligrosísima que se ha etiquetado como “posverdad” cuando debería llamarse “mentira repetida” dirigida a desfigurarlos, borrarlos  o inventarlos. En realidad, los hechos sólo importan si coinciden con los intereses del emisor. Lo subjetivo se impone a lo objetivo.

En su libro, el periodista británico abre un espacio de reflexión esencial en defensa de la libertad de expresión, máximo exponente de cualquier democracia. Argumenta cómo en este mundo interconectado que él llama “cosmopolis”, esta libertad se halla amenazada y agredida no sólo en dictaduras y regímenes autoritarios en los cuales se persigue, encarcela o mata al emisor, sino también en democracias cercanas a través de un ámbito mucho más peligroso y sutil: Internet y las redes sociales.

Twitter, Facebook, Google, diversas plataformas y portales, publican hechos sin verificar. “La aldea global” de McLuhan, se ha convertido en palabras de Garton Ash en “un patio de vecinos” en el que los sectarismos y la irracionalidad cuando no el odio, corrompen la verdad y las libertades.

Diversas instancias ligadas al mundo de la ética periodística insisten día a día en la falta de contraste de los hechos en la que caen los medios de comunicación tradicionales en su afán por salvarse del naufragio general mediante su reconversión en medios digitales que exigen la inmediatez de la noticia sin garantías de verificación. Desgraciadamente, las “fake news” o noticias falsas  fluyen por la red, muchas veces de mano del periodismo ciudadano ya sea de buena fe o debidamente alimentado por intereses espurios.

En su libro, el ensayista  británico destaca la libertad de expresión por encima de cualquier otra libertad porque “sobre ella descansan todas las demás”. Libertad de expresión, sin cortapisas de ningún tipo pero sin perder de vista que “sólo la verdad nos hace libres” y que sin ese escudo de protección la rampante ascensión de populismos es imparable.

Muchos autores han escrito sobre este derecho fundamental reconocido en el artículo XIX de la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU: Stuart Mill,  John Milton, George Orwell, entre otros pero hay frases en el libro “Free speech” para grabar en piedra: “la libertad de expresión es una herramienta para alcanzar la verdad”, “la libertad de expresión es la savia de la democracia”, “la libertad de expresión pone a prueba nuestra capacidad para vivir en una sociedad que  se define por el conflicto y la controversia y nos entrena en el arte de la tolerancia y nos fortalece para sus vicisitudes”.

Desgraciadamente, la libertad de expresión, de la que disfruta n las democracias del mundo occidental nunca había sido tan amplia en los últimos 200 años pero hay países como China, Corea del Norte o Cuba, por citar los casos más extremos, en los cuales está prohibida, perseguida y castigada. “La lucha por el poder de la palabra es también una lucha por el poder mundial”, señala el autor que más adelante escribe: “Es importante recordar que la mayor parte de la historia de Occidente está marcada por el paternalismo y el moralismo que desempeñaron un papel fundamental en la persecución de la libertad de expresión y de información, como sigue ocurriendo hoy en alguna  parte del mundo. La actitud de regímenes totalitarios o autoritarios constituye  la quintaesencia del paternalismo. El Estado dice a sus ciudadanos: “Yo sé lo que es mejor para vosotros”. Y a callar. El décimo principio del libro, con el epígrafe “Coraje” comenta al respecto: “Nosotros decidiremos y asumiremos las consecuencias. La verdadera soberanía de un estado se construye sobre la soberanía de todos y cada uno de sus ciudadanos”

Garton Ash terminó  su exposición afirmando: “El populismo marca la relación sentimental entre los acontecimientos y el relato de esos hechos. ¿Qué nos queda entonces? “Nos queda la palabra, la palabra libre y los medios de comunicación, amenazados, sin embargo por el discurso irracional”, y añadimos: de los poderes públicos y privados.

María Dolores Masana Argüelles

Vicepresidenta de la Comisión de Arbitraje, Quejas y Deontología del Periodismo

Vocal de Reporteros Sin Fronteras España