CLASIFICACIÓN 2021 | EUROPA DEL ESTE y ASIA CENTRAL, sin antídoto para el virus de la desinformación y del control
Los efectos de la pandemia de Covid-19 en la libertad de prensa son persistentes: una represión sin precedentes contra los periodistas que cubren los movimientos de protesta y la guerra en el Cáucaso, en la que han resultado heridos al menos siete reporteros y que ha obstaculizado gravemente su trabajo. Esto ha contribuido a que la zona de Europa del Este y Asia Central se mantenga en el penúltimo lugar de la Clasificación por regiones en 2021.
Una peligrosa fiebre se ha apoderado de algunos países de Europa del Este y Asia Central, que en su mayoría ya padecían el síndrome de la supresión de información. Tres de ellos han experimentado un tratamiento radical para silenciar a los periodistas: el bloqueo total de internet utilizando software de seguridad digital proporcionado por multinacionales como Allot y Sandvine.
En el Cáucaso, fue el caso de Azerbaiyán (167º, +1) durante el conflicto que estalló en otoño de 2020 en Nagorno-Karabaj, territorio en disputa con Armenia (63º, -2); de Kirguistán (79º, +3), aún el país mejor clasificado en Asia Central después de las elecciones legislativas celebradas en octubre; y, finalmente, en Europa del Este, de Bielorrusia (158º, -5), donde internet estuvo completamente inaccesible en los tres días posteriores a que se anunciaran los resultados de las polémicas elecciones presidenciales, y después, de manera intermitente en los meses siguientes. Entre agosto y diciembre de 2020, la coalición #KeepItOn (dedicada a la lucha contra los bloqueos de internet en el mundo) registró no menos de 121 días de apagón.
BIELORRUSIA (158º) | Campeón regional de la represión
Censura, detenciones masivas, acoso, agresiones… En Bielorrusia, los periodistas de medios independientes han sido objetivos específicos de la policía desde las fraudulentas elecciones presidenciales del 9 de agosto de 2020.
Al principio, los encarcelaban brevemente por sanciones administrativas con pretextos falsos mientras cubrían las manifestaciones, o para impedir que las cubrieran, pero, después, las autoridades comenzaron a procesar a algunos periodistas por hechos más graves que se castigan con varios años de prisión. Desde entonces, se han visto sometidos a simulacros de juicio presididos por jueces parciales y sumisos al poder. En su deseo de aplastar todo periodismo independiente en el país, las fuerzas del orden también han comenzado a acosar a quienes los defienden, sobre todo a la Asociación Bielorrusa de Periodistas (BAJ), socio local de RSF.
El periodismo frente al engaño del Estado y al monopolio de la información
Los síntomas más visibles de la falsedad estatal se han observado en Turkmenistán (178º, +1), el único país del mundo junto con Corea del Norte que aún niega que haya aparecido coronavirus en su territorio, a pesar de que su propio presidente ha popularizado el uso del regaliz o de una planta tradicional, harmel , para protegerse contra una asombrosa ola de «neumonía». En este Estado de Asia Central, que año tras año se mantiene en el pelotón de cola de la Clasificación, no hay vacuna contra la desinformación que difunde el régimen: dentro de las fronteras nacionales no existen medios independientes y tan solo unos pocos periodistas que trabajan de forma clandestina logran sacar retazos de información para los medios en el exilio, que emiten desde el extranjero.
Esta censura sin reservas de algunos gobiernos ha ido acompañada de un deseo contagioso de controlar la información en todos los países de la zona, en mayor o menor grado. En Rusia (150º, -1), a pesar de las intensas presiones, los medios independientes han luchado durante muchos meses contra las acusaciones y cifras erróneas de las autoridades para retratar la realidad de la pandemia de Covid-19. Moscú acabó por reconocer, a finales de diciembre, que la cifra de muertos por coronavirus era más del triple del recuento oficial. Las autoridades se valieron de la ley de desinformación que entró en vigor en 2019 para suprimir informaciones de internet, pero no contentas con esto, ensancharon a golpe de enmiendas la aplicación de dicha ley.
Siguiendo el modelo ruso, otros gobiernos han utilizado la lucha contra la desinformación sobre la Covid-19 como excusa para limitar aún más la libertad de prensa. Así sucedió en Tayikistán (162º, -1), un remedio peor que la enfermedad en este Estado autoritario de Asia Central. Publicar en los medios de comunicación y en las redes sociales cualquier información sobre enfermedades infecciosas graves que se considere «falsa» o «inexacta» les puede costar a sus autores una multa de hasta el doble del salario mínimo o 15 días de prisión. Buenas razones para que los periodistas se autocensuren y se abstengan de emitir cualquier información relacionada con la Covid-19 que no proceda de las autoridades, sobre todo si se trata del recuento de muertos que hizo un grupo de activistas locales y que arroja cifras muy superiores a las oficiales.
En el contexto de la pandemia, los países menos inclinados a la censura también han caído en la tentación de que el Estado tenga el monopolio de la información. En Armenia, la declaración del estado de emergencia sanitaria se vio acompañada de medidas liberticidas, como la obligación de que los medios citaran exclusivamente fuentes gubernamentales. No obstante, ante el clamor y la movilización de los periodistas, las disposiciones más polémicas acabaron por relajarse y se derogaron algunos días más tarde.
Además de esta voluntad de controlar en casi todos los países de la zona, las autoridades nacionales y/o locales limitan el acceso a la información. En Moldavia (89º, +2) por ejemplo, en plena crisis sanitaria, el Ministerio de Salud celebró conferencias de prensa sin la menor interacción con los periodistas. Según el Independent Journalism Center, se ha triplicado el tiempo de respuesta de las instituciones públicas a sus solicitudes. Solo una campaña en las redes sociales logró mejorar la situación a mediados de 2020.
Normas sanitarias y odio a los periodistas: las otras amenazas a la información
Las autoridades también han utilizado las normas sanitarias como pretexto para bloquear el trabajo de los periodistas. En Rusia, algunos han sido detenidos mientras cubrían manifestaciones por incumplir el «distanciamiento social» o por «quebrantar el confinamiento».
En el oeste de Kazajistán (155º, +2), un equipo de la cadena KTK TV -que fue arrestado por «violar el estado de emergencia» cuando hacían un reportaje sobre las condiciones de trabajo en un hospital,- recibió una advertencia después que los obligaran a cumplir dos semanas de cuarentena, a pesar de que la ley autorizaba a los periodistas a trabajar durante la epidemia.
Los gobiernos no son los únicos que han ejercido presiones sobre los periodistas. La pandemia y los períodos de confinamiento tensaron las relaciones sociales y, en ocasiones, agravaron los brotes de odio hacia los medios de comunicación, especialmente cuando la crisis sanitaria coincidía con unas elecciones. En al menos siete países de la zona los periodistas han sido agredidos por desconocidos; en Ucrania (97º, -1), por ejemplo, por comerciantes o transeúntes indignados. El Institute for Mass Information documentó allí más de 170 agresiones físicas, lo que representa tres cuartas partes de las violaciones de la libertad de prensa en el país.
En este sombrío panorama, el fenómeno más preocupante para el futuro de la libertad de prensa en Europa del Este y Asia Central sigue siendo la deriva de Rusia, líder regional, hacia un modelo cada vez más represivo con los periodistas y los medios independientes. Además de los cambios legislativos cada vez más restrictivos, las fuerzas del orden nunca han llevado tan lejos la represión colectiva de los periodistas para impedir sus coberturas como durante las manifestaciones relacionadas con el opositor Alexei Navalny.
Tras el difícil período de la crisis sanitaria, la libertad de prensa corre el riesgo de sufrir aún más a causa de la explosión de movimientos sociales y políticos en la zona, así como por las respuestas de gobiernos contagiados de autoritarismo.