Primavera entre rejas

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13.05.2013 12:12

Paseaba estos días de estallante primavera por una zona cercana a Madrid,  donde abundan las zonas ajardinadas, disfrutando de la belleza de arbustos, caminos y praderas cuajados de algodón blanco como si fuera una nevada navidad confundida en el tiempo, en medio de un verdor espectacular y sol radiante. No era  nieve, ni algodón, era sólo la pelusa caída de los grandes chopos,  que el viento esparcía como copos de nieve, la que daba ese aspecto tan insólito y hermoso al paisaje.

Mientras caminaba, pensaba que el panorama que a mí me producía tanto placer estético sin duda les produciría horror a los esclavos de las plantaciones sureñas de Estados Unidos que dejaban sus vidas entre los campos de algodón. Y como era la víspera del Día Mundial de la Libertad de Prensa y en Reporteros Sin Frontera estábamos a punto de celebrar un acto por los periodistas encarcelados, mi pensamiento voló a los centenares de periodistas privados no sólo de disfrutar de paisajes y primaveras, sino de años, hijos, familia, amigos y vida, sólo por haber querido realizar su trabajo: informar.

Recordé, pisando “copos”, a Yirgalén y Dawit encerrados en los barracones como hornos de las prisiones eritreas, a Mazen entre los torturadores sirios, a Narges, Issa y Hossein acosados en Irán, a Agnés, enferma en Ruanda. Y también a los chinos Shi Tao y Hada, del que ni siquiera se sabe dónde está ahora, y a la joven bloguera Ta Phong Tang que, además de enfrentar una condena de diez años, ha visto como su madre se quemaba a lo bonzo para pedir su libertad.

Y justo al día siguiente, alguien me aseguró que el periodista eritreo Dawit Isaak, al que apadrino, había muerto en una cárcel de Eritrea tras más de once años de cautiverio. Afortunadamente no ha sido cierto, pero sí lo es  que Dawit sobrevive o muere lentamente día a día, desde 2009, encerrado  en minúsculas celdas atiborradas de prisioneros, bajo altísimas temperaturas, y con una precaria salud. Prisiones dónde, como viene denunciando Amnistía Internacional, se practica la tortura sistemática.

 Ni se le han presentado cargos, ni ha tenido juicio. No sabe de qué le acusan, aunque todos sabemos cuál ha sido su delito: ser un periodista independiente e intentar contar lo que pasaba en su país.

¿Cómo es posible que el dictador Isaias Affeworki, año tras año en la lista de Depredadores de la libertad de prensa de Reporteros Sin Fronteras, y que puede presumir de haber colocado a su país en el último lugar de la Clasificación de la Libertad de Prensa del Mundo, siga recibiendo ayuda económica de la Unión Europea?

Tiene muchísima razón el columnista Moisés Naím cuando afirma en un  magnífico artículo -El País, 5-5-2013- que “el precio que pagan los gobiernos que violan las reglas básicas de la democracia ha venido cayendo. Ahora está demasiado barato y es urgente subirlo. Tiene que haber más riesgos y más costos para quienes atentan contra la libertad”. Y en estos momentos, añade el analista,  existe la oportunidad  para que los gobiernos y líderes de otras naciones presionen a los dirigentes de estos países, sobre todo los pseudodemocráticos, aunque reconoce que pocos lo hacen.

Afeworki  ni siquiera realiza el menor esfuerzo para mantener un simulacro de democracia en Eritrea. Cuando el pequeño país del Cuerno de África cumple 20 años de su independencia, los derechos humanos y la libertad de prensa han desaparecido de su realidad. El que quiera hacer allí una información sin censuras ya sabe que lo que le espera: la cárcel brutal, si no algo peor.

Claro que, como asegura Naím, seguimos esperando que los gobiernos y los líderes democráticos de otras naciones le suban el precio a los violadores y depredadores de la libertad. Realmente, el precio les sale demasiado barato, prácticamente regalado.

Malén Aznárez

Presidenta de Reporteros Sin Fronteras España