‘Días de ira’, en el mundo islámico

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01.03.2011 20:35

Desde Túnez hasta Irán, se extiende un clamor: libertad. Imparable, incontenible. Sin credos ni fronteras. Sólo eso. Basta a las tiranías. A las prohibiciones. A la represión. A las agresiones contra los derechos humanos. Que se sepa. Que todo salga a la luz. Basta a tanto criminal sin castigo. No más impunidad ni mirar hacia otra parte en aras de intereses políticos, económicos y/o estratégicos.

Ha habido muertos en Túnez, en Egipto, en Yemen, en Argelia, en Irak, en Bahréin, en Omán, en Irán. Ahora, centenares en Libia. Sólo dos países con testas coronadas como Marruecos y Jordania son capaces de contener, por ahora, el levantamiento de sus descontentos súbditos con vagas promesas de cambio y algunas concesiones.

El llamamiento al “día de la ira” llenó plazas y calles de gentes airadas, cansadas por años de carencias, abusos y sometimiento. La consigna, promovida a través de redes sociales, Websites y foros digitales unió a pueblos distintos en una sola voz: “Abajo los tiranos, derechos civiles, democracia y libertad”. También las emisiones diarias de cadenas en árabe, como “Al Jazeera”, “Al Arabiya” y otras, han sido fundamentales, en países con tan altos índice de analfabetismo más allá de las elites con acceso a las nuevas tecnologías. En este aspecto podríamos decir que las parabólicas (bestia negra de dictadores y autócratas que han llegado incluso a prohibirlas como hizo Argelia en los años 90 e Irán, en los 80) fue la gran ventana al mundo exterior que dio la medida a estas sociedades del abismo que las separa del mundo moderno aún con todas sus lacras. En definitiva, que no podían seguir viviendo, en pleno siglo XXI, sin presente y sin futuro, bajo férreas dictaduras vitalicias y lo que es peor, dinásticas muchas de ellas.

Estamos asistiendo a una gran revolución dentro del mundo islámico y sólo sus sociedades están legitimadas para llevarla adelante. Es su momento histórico. Sin duda. Como lo fue el siglo XVIII con las grandes revoluciones que alumbraron la Ilustración. Como lo fue el siglo XX con todos los “ismos” que tras dos guerras mundiales y muchas vicisitudes han desembocado en un mundo multipolar. Global, si se quiere.

Esta revolución, impensable hace solo tres meses, ya está en marcha y nadie la puede parar. Ni la debe. En nombre de ningún “fantasma”, de ningún “peligro”. Y tampoco, de ningún “valor superior” de los que se acostumbra a arrogar Occidente. Ninguna “pax americana” impuesta. Ni europea, por supuesto. Ayuda, la que haga falta. Para que hallen su propio camino hacia la democracia. Para que lleven a cabo sus transiciones políticas hacia sistemas pluripartidistas y abiertos. Sólo para eso. Sin imponer modelos. Ni condiciones. Ni precios. Una intervención de Occidente podría empeorar el desorden y desencadenar una marea de refugiados hacia Europa, uno de los “peligros” que se quiere evitar. O una ola de rampante islamismo integrista antioccidental, el gran “fantasma” de nuestra civilización judeocristiana.

Ha sido vergonzosa la reticencia de países como Gran Bretaña, Francia o Italia por citar a los más representativos de la UE -como miembros fundadores de ella- a condenar la represión, brutal en el caso de Libia, a cuyo fanático líder, Gaddafi, se apresuraron a sacar de la lista de terroristas mundiales, hace seis años, para propiciar lucrativos intercambios comerciales. Por no hablar de los Estados Unidos, con intereses globales en ese mundo, a escala nunca vista, suministrando a dictadores brutales y corruptos toda clase de ayudas, ya fueran armas, dinero, consejeros militares, etc.

En resumen, las grandes potencias debatiéndose entre el miedo a perder tales gobernantes o el riesgo de ayudar a llevar a cabo reformas democráticas. Claro está, reformas siempre de resultados inciertos para los intereses de los países del G-8, del G-20, para los Fondos monetarios internacionales, los Bancos mundiales, etc. muy ligados a las fluctuaciones de los mercados provocadas por los precios de las materias procedentes en muchos casos de ex colonias, como Libia mismo. O como Egipto. O como Arabia Saudí. O como los países del Golfo Pérsico. También, Irán. No seamos hipócritas. Es el petróleo, en definitiva, el oro, aunque sea “negro”. Por eso han tardado tanto en reaccionar y aún con la boca pequeña. No fueran a “moverse las sillas”.

El mundo está cambiando. En particular, los países del Magreb y del Mashrek. Y ese cambio quizá sea más rápido de lo que podíamos imaginar. El futuro es incierto. Difícil de predecir pero está naciendo una nueva era. Los equilibrios regionales podrían ser otros. Y nos afectarán a todos. De una u otra forma. Más allá de lanzar tardías resoluciones condenatorias de dudosa efectividad, respetemos el derecho que tienen esos y todos los países del mundo a decidir su futuro sin interferencias. En libertad.

María Dolores Masana

Presidenta de Reporteros sin Fronteras