Armas de destrucción masiva y crímenes de guerra
- Prohibiciones selectivas determinan cuáles son los países capaces de controlar y cuáles, no, sus formidables potenciales bélicos
Armas atómicas, químicas, bacteriológicas, cabezas nucleares, bombas de hidrógeno, de neutrones… y un largo etcétera, al que sólo cabe añadir las armas digitales que en cierto modo ya se han perfilado como potencialmente devastadoras, a través de acciones de hackers, robo de bancos de datos, y todo un cúmulo, aún hoy insospechado, de posibles ciber ataques que podrían sumir al mundo moderno en el caos más absoluto. Seguramente las guerras del futuro se librarán por Internet. Sofisticados sistemas de software y contra-software podrían cortar la energía eléctrica, el abastecimiento de agua, de gas, alterar las señales radioeléctricas, paralizar los sistemas informáticos de un continente, todo cuanto hoy en día regula nuestra vida cotidiana, desde la comunicación de masas, hasta la vida profesional, familiar y social… Es decir, retroceder al siglo XIX, sin luz, sin teléfono, sin ondas hertzianas, sin gas, sin agua corriente potabilizada. En una palabra, el fin de la vida que las sociedades occidentales y desarrolladas han conocido y disfrutado desde hace muchos años. ¿Estamos preparados para esa posibilidad? Pues deberíamos aunque hoy por hoy, el tema sea objeto únicamente de películas de ciencia ficción.
Sin embargo la cuestión que yo quería poner sobre el tapete es el uso de armas químicas sobre la población civil por parte de poderes sin escrúpulos como ha sido el reciente caso de Siria, o lo fue en su momento el del Iraq de Saddam Hussein sobre la población kurda en 1988. Por cierto, sin reacción internacional en aquel caso.
Hablamos día tras otro de los 1.500 civiles muertos a finales de agosto en la periferia de Damasco y de las represalias bélicas anunciadas precipitadamente por el presidente norteamericano Obama y frenadas por la iniciativa negociadora del presidente ruso, tras la cumbre del G-20 en San Petesburgo. De momento, parece que se ha sorteado la carrera hacia una ofensiva bélica de consecuencias imprevisibles para alivio de Obama aunque queda mucho camino por andar y podríamos decir aquello de que las espadas permanecen en alto. Por delante, tenemos en el mejor de los casos, un tortuoso camino de localización y entrega de dichas armas a inspectores de la ONU para depositarlas en algún lugar aún por determinar, para su subsiguiente destrucción.
¿Destrucción? ¿Y si hablamos de cómo y quién las fabrica y las vende? Porque en el acuerdo sobre la convención de armas químicas de 1993 (en vigor desde 1997), se prohibía no sólo su uso sino también su fabricación. Aunque Siria, en este caso no firmara dicho tratado, por si sola no es capaz de fabricar dichas armas sin el concurso de proveedores del exterior de los productos químicos necesarios. Convendría saber quienes o qué países cometen tal infamia en aras de un negocio tan lucrativo, como el de la fabricación y venta de armas para alimentar los centenares de guerras y conflictos en todo el mundo que engrasan a poderosas firmas mundiales –también de armamento convencional- algunas de ellas bien conocidas. Y en este capítulo, Estados Unidos sigue siendo el primer productor mundial de armamento de todo tipo.
Pero en este crimen contra la Humanidad que significa el enriquecimiento de holdings y también de gobiernos a costa de matar a semejantes en todo el planeta, hay un doble discurso a nivel de las potencias que se llaman a sí mismas “grandes democracias” con enormes dosis de hipocresía. Recuérdese a este propósito el famoso “escándalo del “Irangate” (1986-87) con el embargo por el Senado norteamericano de la venta de armas al Irán de los ayatollahs mientras el propio presidente Reagan lo transgredía flagrantemente. En este orden de cosas tenemos hoy otros ejemplos. Tal o cual país no puede tener la bomba atómica, por nombrar una de las más mortíferas armas conocidas, porque son tan prepotentes o, tan fanáticos como para decidirse a emplearlas en un momento dado. O bien, cuando no se aduce que podrían caer en manos terroristas del signo que fueren y destruir media humanidad.
En los años de la llamada “guerra fría” en un mundo bipolar compuesto por dos grandes y únicas potencias mundiales Estados Unidos y la URSS, se dijo que el miedo al arma atómica evitó una tercera guerra mundial. Tanto Washington como Moscú eran conscientes de lo que podía significar pulsar el botón del “maletín rojo.”, la destrucción mutua. Entrados ya en el segundo decenio del siglo XXI, con un mundo multipolar, la bomba atómica, al margen de las potencias aliadas ganadoras de la Segunda Guerra mundial, la tienen entre otros países emergentes, China, India, Pakistán, declaradamente aceptados, y algunos, tolerados. Pero, no todos. Por ejemplo, Corea del Norte. O Irán que merece un capítulo aparte tras años de enfrentamientos y sanciones internacionales por negarse a permitir el acceso a sus instalaciones nucleares por parte del Organismo Internacional de la Energía Atómica. Actualmente, tras las elecciones de un nuevo presidente, el moderado Hassan Rohani, Teherán parece dispuesto a permitir ahora las inspecciones del OIEA para averiguar en qué estadio se hallan sus centrifugadoras en cuanto a obtener el uranio enriquecido necesario para la fabricación del arma atómica.
Sin embargo, no lejos de la nación persa, otro país más pequeño pero poderoso, Israel, posee este “armagedón” desde hace años, precisamente en el centro del polvorín en que se ha convertido Oriente Medio. Y nos preguntamos, ¿por qué el Estado judío puede fabricar y almacenar en el desierto del Neguev la bomba atómica y no tiene el mismo derecho Irán? Razonamientos esgrimidos por altos responsables israelíes viene a afirmar: “Nosotros nunca seríamos los primeros en usarla”.
En la memoria de todos, el reciente 68 aniversario del bombardeo, el 6 y el 8 de agosto de 1945, de Hiroshima y Nagasaki. Fue precisamente el gran mentor y protector de Israel, Estados Unidos, el único país que ha usado el arma nuclear por primera vez, unilateralmente y sin avisar, sobre dos ciudades japonesas con el argumento de acortar la Segunda Guerra mundial y salvar así muchas vidas humanas. Entre Hiroshima y Nagasaki murieron más de 500.000 personas por consecuencias inmediatas y/o directas de los efectos nucleares, sin tener en cuenta las secuelas que aún perduran en los supervivientes y descendientes de aquellas desdichadas gentes, supervivientes del horror jamás imaginado: ver desaparecer sus ciudades en un segundo. Sí, fueron víctimas de un país enemigo. Pero víctimas civiles, claro.
Ahora que nos hallamos sumergidos en la recuperación de la memoria histórica de los genocidios y demás agresiones cometidas por poderes totalitarios en tantas partes del mundo, no atisbo la razón por la cual esa barbaridad no ha sido catalogada aún como un crimen contra la Humanidad. Y por qué recelamos más de Irán que de un país como Israel, que al fin y al cabo es el peón-centinela en Oriente Medio del único Estado que ya usó en el pasado el arma nuclear. Israel se permite, cuando lo cree pertinente en aras de su seguridad interior, bombardear, por ejemplo, el reactor iraquí de Osirak , en 1981 o más recientemente, en 2007, llevar a cabo un raid sobre un reactor “sospechoso” en Siria con el resultado de varios trabajadores norcoreanos muertos, hecho sobre el que cayó un sospechoso silencio informativo sin reclamaciones, por otra parte, de los dos países afectados.
Y un último interrogante: por qué Estados Unidos no cumple la convención firmada en 1993, en vigor desde 1997, sobre la no fabricación y almacenamiento de armas químicas y sigue siendo el primer productor y exportador mundial de armamento convencional y no convencional? ¿Y por qué junto con Inglaterra, Francia, Rusia y China, (el “quinteto” del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas) poseen cerca del 90 por ciento del armamento mundial?.