Un año marcado por la barbarie del ISIS

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09.02.2016 19:49

[Publicado en el Informe Anual 2015 de RSF]

El año comenzó con la matanza de ocho conocidos periodistas y dibujantes del semanario satírico Charlie Hebdo, en París, cuando dos terroristas encapuchados y fuertemente armados quisieron vengar el honor del profeta Mahoma por las caricaturas que el semanario había publicado. Una masacre, reivindicada por Al-Qaeda de la Península Arábiga, que conmocionó a Europa y contribuyó a invertir la tendencia de que los periodistas asesinados en el mundo lo fueran mayoritariamente en zonas de guerra. En 2015, dos tercios del más del centenar de periodistas asesinados lo fueron en países sin conflictos o “en paz”.

La idea, mantenida por la maquinaria de propaganda del terrorismo yihadista, de que los informadores independientes son “soldados enemigos” y “objetivos a apresar o matar”, junto con su creciente actividad internacional han convertido la libertad e independencia de la información en un verdadero desafío global. La masacre de París simbolizó, lamentablemente, la gran conexión del ejercicio de la profesión periodística con el contexto histórico en el que vive. Pocas veces en la historia el periodismo ha sido protagonista de la realidad internacional como en 2015, un año marcado por la barbarie del ISIS que ha copado las portadas, las calles y, por desgracia, las redacciones de medio mundo.

Si desde 2005, al menos 787 periodistas fueron asesinados debido a su profesión, este año se ha probado la muerte de 63 periodistas por causas relacionadas con el ejercicio del periodismo, pero más de 40 han sido igualmente asesinados sin que se conozca todavía el motivo de su muerte; a los que hay que añadir 19 periodistas ciudadanos y 6 colaboradores de medios. Y el 64% lo fueron en zonas que no estaban en conflicto. Como bien recordaba el director de Charlie Hebdo, Riss, -seudónimo de Laurent Sourisseau-,  “prácticamente nunca enviamos a periodistas a zonas de guerra, (…) el 7 de enero, fue la guerra la que vino a nosotros”. Los dibujantes Charb, Cabu, Tignous, Wolinski, Honoré, y los periodistas Elsa Cayat, Mustapha Ourad y Bernard Maris, fueron víctimas de esa guerra.

La presión religiosa radical no es nueva para aquellos que hacen de la libre expresión e información su trabajo y su derecho, pero este año ha alcanzado cuotas sin precedentes y no sólo en Oriente Medio o Europa. Asia ha visto progresar el auge del fundamentalismo islamista que arrasa sedes de medios de comunicación a su paso y que exige, incluso, como en Blangladesh, redacciones sin mujeres y que los medios se abstengan de difundir imágenes de mujeres sin burka. Y África, donde cada día es más difícil informar, ha sufrido auténticos “apagones informativos” en amplias zonas de su territorio, caso de Nigeria, con Boko Haran, o de Somalia con las milicias de Al Shabab.

Una presión a toda disidencia de “lo religiosamente correcto” que el radicalismo religioso también intenta imponer en países democráticos, con amenazas de muerte o censuras legales sobre todo lo que pueda suponer una “amenaza” para los “sentimientos religiosos”.

Pero los asesinatos de informadores no fueron el único objetivo de este radicalismo islamista. Los secuestros, encarcelamientos, torturas, amenazas y exilios de periodistas y los ataques con bombas a medios de comunicación fueron una constante en el año. El encarcelamiento y exilio de periodistas, en Irán y Arabia Saudí, demuestran la dolorosa realidad para quienes se atreven a levantar la voz contra el régimen o defender posturas laicas en países donde todavía se castigan con latigazos o incluso pena de muerte. Latigazos como los recibidos, en enero, por el bloguero saudí Raif Badawi, todavía en prisión pese a las presiones internacionales. Y encarcelamientos, en condiciones inhumanas, como los que padecen los 18 periodistas y 20 internautas encerrados tras barrotes en Irán, convertido en una de las mayores prisiones del mundo para informadores. Y si hablamos del horror implantado en ciertos países por el terrorismo yihadista, sin duda Irak y Siria son los casos más evidentes de una situación brutal y caótica en la que el periodismo libre se ha convertido prácticamente en inexistente.

Las guerras de Irak y Siria con su violencia extrema protagonizaron un balance desolador. Ambos países siguen siendo los más mortíferos y peligrosos del mundo para los profesionales de la información. De los 28 informadores asesinados en la región, 17 lo fueron en Siria y 11 en Irak. La ciudad de Alepo, en el noroeste de Siria, se ha convertido en un campo minado para los reporteros atrapados entre los fuegos cruzados de las fuerzas gubernamentales de Bachar el Assad y las restantes milicias involucradas en el conflicto. Por no citar la terrible situación de Raqqa, donde los periodistas que han intentado informar de las decapitaciones, torturas, crucifixiones, defenestraciones o desmembramientos de civiles, han sido asesinados o tenido que huir. En Mosul (Iraq), el ISIS ha sido responsable, en el último año y medio, de 48 secuestros de informadores y de la ejecución de otros trece. Y de los 54 periodistas que permanecían como rehenes al terminar el año, en manos de organizaciones como Daesh, Al-Nusra y Al-Qaeda, 26 lo estaban en Siria y10 en Irak. La mayoría, conviene recordarlo, son víctimas locales.

Los secuestros de periodistas extranjeros se han convertido en estos países, al igual que en Libia y Yemen, en un objetivo para los diferentes grupos radicales armados que los utilizan con distintos fines: como forma de obtener rescates; para ejercer presión y sembrar el terror por las ciudades que pasan y controlan; y como elemento de propaganda. Entre los secuestrados en 2015 se encuentran los periodistas freelance españoles, Antonio Pampliega, Ángel Sastre y José Manuel López, capturados en julio, en Alepo, y supuestamente en manos de la organización terrorista Al-Nusra. 

La  propaganda de una ideología medieval, envuelta en las más modernas tecnologías de la información y perfectamente diseñada, siguió utilizando fotografías, vídeos, textos, televisiones y radios, y ocupando las redes sociales y miles de cuentas en Internet, dos de sus principales medios de difusión. Al finalizar enero, unos días después de la masacre de Charlie Hebdo, el asesinato del reportero freelance japonés, Kenji Goto, en Siria, con una macabra puesta en escena ante las cámaras, fue una muestra más de la siniestra propaganda del ISIS.

Al panorama de Siria e Irak, se sumó el recrudecimiento de la violencia en Yemen desde que las milicias hutíes -chiitas de la rama de los zaidíes- tomaron la capital, Saná, sembrando el pánico- cinco periodistas y tres colaboradores fueron asesinados y al menos otros 15 están desaparecidos, supuestamente en manos de los hutíes; y el caos político y social de Libia, con dos gobiernos, uno apoyado por las milicias islamistas y otro por la comunidad internacional. País en el que siete periodistas continuaban desaparecidos al terminar el año.

Pero el terrorismo fue también una perfecta coartada para limitar la libertad de información en países teóricamente sin conflictos. Es el caso de Egipto que, con 22 periodistas en prisión, se ha convertido bajo el gobierno de Al Sissi en la segunda mayor cárcel del mundo para los informadores -solo superada por China- y dónde éstos no pueden discrepar de las informaciones oficiales a riesgo de ser acusados de pertenecer a los Hermanos Musulmanes -considerado un grupo terrorista por Al Sissi- y acabar en prisión. O de Turquía, país que inició un retroceso evidente en la libertad de prensa y se ganó el record de haber encarcelado al mayor número de periodistas en el año: nueve. Entre ellos eldirector del diario Cumhuriyet, Can Dündar, y su representante en Ankara, Erden Güll, acusados de pertenecer a “una organización terrorista” y divulgación de secretos de Estado.

Y puestos a destacar reincidencias negativas hay dos países, Somalia y México que siguen, un año más, en el cuadro del deshonor de la libertad de información. Asesinatos salvajes, secuestros, censuras, exilios, ataques con bombas…

En Africa, Somalia continúa siendo el país más peligroso del continente para los informadores. Entre sus dos periodistas asesinados en 2015 se cuenta Hindia Mohamed, una de las dos asesinadas en el mundo. La periodista, presentadora de la televisión y radio nacionales, murió a consecuencia de las heridas que sufrió en un atentado con un coche bomba que llevaba el sello de las milicias islamistas de Al Shabab. Su asesinato se sumaba al de su esposo, el periodista Liban Ali Nur, que también fue víctima mortal de un atentado reivindicado por el mismo grupo terrorista, en 2012. Tenían tres hijos.

Y México, a su vez, siguió ostentando el mismo siniestro privilegio: ser el país más peligroso de América Latina para ejercer el periodismo. Ocho informadores fueron asesinados -cinco todavía sin conocerse las causas-, la mayoría en Veracruz y Oaxaca, los estados más peligrosos para los reporteros convertidos en blanco de las mafias y de los políticos locales cuando denuncian casos de corrupción. Pero sin duda el caso del periodista Rubén Espinosa, encontrado muerto en México DF, con huellas de tortura y junto a cuatro mujeres también asesinadas, fue un acto tan brutal que despertó una nueva ola de indignación en el país, además de una toma de conciencia sobre la falta de protección de los profesionales de la información. El periodista había huido de Veracruz donde trabajaba, tras haber recibido amenazas de muerte, y se refugió en la capital donde se creía a salvo. Unos días después, el 10 de agosto, entró en vigor la Ley de Protección a Personas Defensoras de Derechos Humanos y Periodistas del Distrito Federal que llevaba gestándose varios años.

En resumen, un año brutal marcado por la barbarie del terrorismo yidahista que tuvo otra dolorosa secuela: la ola de cientos de miles de refugiados procedentes de Oriente Medio que intentaban entrar en Europa. Los reporteros que cubrían este drama humano sufrieron, al igual que los refugiados, los abusos policiales en países como Hungría o Croacia, hasta el punto de que la OSCE llamó la atención al gobierno húngaro para que protegiera el trabajo de los periodistas dentro de sus fronteras. Pero las vejaciones y malos tratos a los refugiados no sólo vinieron de las fuerzas de seguridad. ¿Quién no recuerda la vergonzosa imagen de la zancadilla de una periodista húngara a un refugiado sirio que corría con su hijo en brazos mientras escapaban de la policía?

El refugiado, Osama Abdul Mohsen, es uno de los contadísimos que ha terminado acogido en España, con su hijo Zaid. La periodista se llama Petra Laszlo, y fue despedida de la cadena de televisión privada N1TV. 

Malén Aznárez

Presidenta Reporteros Sin Fronteras – España